A

l hablar de medidas de protección es necesario tener en cuenta que éstas no se vinculan solamente a aquellas acciones dirigidas a “sanar” las afectaciones psicológicas que ha sufrido la niña, niño o adolescente, sino que abarcan también las medidas que sean necesarias para construir una vida desvinculada de los ciberdelitos sexuales. En ese sentido, es necesario contemplar medidas de protección que ofrezcan a las víctimas experiencias dentro de contextos en los cuales la vivencia sea lo más parecida a la vivencia del común de la infancia y adolescencia. 

La reconstrucción de actividades que vinculen a la niña, niño o adolescente víctima con grupos de identidad diversos al grupo con el que tenía contacto, resulta esencial en ese sentido. Especialmente durante la adolescencia, la pertenencia a grupos de pares es vivida como imprescindible para la supervivencia, tanto a nivel social como neuropsicológico. Necesitan un grupo al cual pertenecer para sentirse seguros, y es allí donde desarrollan la propia identidad.

Frecuentemente la captación de niñas, niños y adolescentes por redes de explotación y abuso sexual limita a ese contexto sus redes sociales. La combinación de la clandestinidad de muchas de estas actividades, la vigilancia y control de las relaciones sociales por parte de explotadores y el rechazo social generado hacia ellos por otros miembros de la comunidad, hacen que niñas, niños y adolescentes rompan la mayor parte de las relaciones que tenía previamente. Esta situación refuerza las relaciones con los pares que se encuentran en una situación similar y los explotadores que fungen como figuras de protección. Es decir, niñas, niños y adolescente no tienen otra alternativa y se adaptan al contexto de explotación y abuso para sobrevivir.

Esta realidad provoca además, que salir de la situación de explotación y abuso en la que se encuentran implica una ruptura drástica con sus amigos y grupo de pertenencia. Es común que surjan sentimientos encontrados en la niña, niño o adolescente víctima. Por un lado puede sentirse aliviado de estar fuera de una situación de explotación y abuso; mientras que por otro, puede extrañar a personas y amigos que tenía y sentir que se queda sin personas que “le cuidaban” y eran su único referente. 

La experiencia vivida genera cambios en niñas, niños y adolescentes que pueden distanciarlo significativamente de otras personas de su misma edad. La madurez sexual impuesta a través de su victimización genera hábitos que pueden provocar desconcierto e incluso rechazo entre sus pares. O bien, a la inversa, puede encontrar a sus pares (fuera del contexto de la explotación y el abuso) poco maduros e incluso aburridos. 

La explotación y abuso sexual coloca a la niña, niño o adolescente en un ambiente inusual y nocivo para su desarrollo. El impacto de esta experiencia no sólo es producto de su inmersión en un contexto de explotación sino también de las experiencias que deja de vivir al encontrarse allí. Estas experiencias pueden ser sociales, cognoscitivas, académicas o afectivas. Abarca aspectos triviales como programas de televisión que “todos veían” hasta contenidos escolares. Son experiencias cotidianas que forman parte del “bagaje” individual de la mayoría de las personas de su edad. La falta de las mismas dificulta la identificación de la niña, niño o adolescente con sus congéneres. 

Ante este escenario, es lógico deducir que la falta de un grupo de pertenencia alternativo al del contexto de explotación y abuso sexual pone en grave riesgo a la niña, niño o adolescente de volver a las redes de explotación. Sin relaciones alternativas, se sentirá que no pertenece a ningún otro lugar y por tanto merece y/o desea retornar. 

Para contrarrestar estos efectos, la tarea de propiciar que la niña, niño o adolescente construya nuevas relaciones sociales es prioritaria; sin embargo, dicha tarea puede ser difícil. Frecuentemente la construcción de nuevas redes sociales se da a través de la integración de la niña, niño o adolescente en espacios formales de desarrollo tales como la escuela, pero el rezago educativo ocasionado por la situación de explotación y abuso sexual puede imposibilitar su integración a una escuela regular. En estos casos es importante ubicar espacios alternativos para facilitar la socialización fuera de instituciones, tales como centros deportivos, comunitarios, cursos y talleres, etc. 

Es recomendable cuidar que la niña, niño o adolescente tenga amplias oportunidades para diversificar sus experiencias culturales y sociales, con sus pares. Es en estas experiencias en las que irá identificándose con personas y aspectos de sí mismo, diferentes a lo que vivió. Paseos y excursiones por la ciudad y sus alrededores, lecturas diversas y contacto con personas que desarrollan actividades con las que ha tenido poco contacto, son oportunidades para suplir algunas lagunas de información y/o vivencia que haya tenido.

Vale la pena recalcar que de lo que se trata, es de ofrecerle oportunidades para vivir experiencias diferentes a las que experimentó. Para hacer eso, no es necesario criticar ni intentar que “se enoje” o desprecie lo que vivió. Si se propicia esto, lo único que se logrará es que sienta que no se le comprende, y no se logre identificar con quienes ahora intentan proteger sus derechos. Esa parte de su vida, a la que tuvo que adaptarse para sobrevivir y en la que es esperable haya encontrado espacios que interpretó como protección y cuidado, debe ser comprendida como tal (una etapa). No es necesario que la rechace para que empiece a construir una etapa nueva.